A Rogelio
Hoy estuve recordando uno de esos
domingos cuando iba con tu hermana a visitarte a la fortaleza del Morro. Habías
adelgazado y tenías miedo. Dos días atrás a un joven testigo de Jehová lo
habían encerrado en una celda de castigo –un hueco de piedra en las catacumbas por
donde entraba el agua del mar y se paseaban los tiburones- por negarse a cantar
no sé qué himno patriótico. Nos pedías que habláramos en voz baja, los guardas
pasaban por detrás como si fuéramos conspiradores, observándonos con miradas
desagradables. Tus ojos seguían el paso de las botas militares y apenas
sonreías. Miedo, mucho miedo, y hambre, incluso me pareció verte temblar cuando
tu hermana te entregó el flan que había traído de Matanzas.
Ya no recuerdo ni cuántos años han
pasado, sé que éramos adolescentes con sueños rotos y desesperanzas, siempre a
riesgo y perseguidos, nos escondíamos en las malezas de Miramar para poder
besarnos con los amores de paso, recorríamos la isla a ciegas pero nunca
dejábamos el miedo a la retaguardia, nos acompañaba día y noche, era un poco el
escudo previsor que nos protegía de incidentes inesperados.
Recordé muchas cosas, aquellas
madrugadas en las que te pasaba por la ventana de mi cuarto una frazada, una
sábana, una almohada y periódicos, estabas huyendo y no tenías a dónde ir. Mi madre
y hermanos dormían tranquilamente sin sospechar siquiera que yo escondía en el
pasillo a un fugitivo de la injusticia noche a noche. Cuando mamá se iba para
el trabajo te entraba a mi cuarto, desayunábamos lo que fuera y al atardecer te
ibas a desandar por esos mundos hasta que llegaba la noche y regresabas. Sí, te imagino tirado en el pasillo, a veces
me parece sentir la humedad del rocío calándote los huesos.
Eran tiempos oscuros, ninguna otra
generación posterior ni siquiera imaginó lo que significaron esos años,
vivieron otras cosas terribles pero se fueron adaptando a la supervivencia, no
fueron sorprendidos por el cambio drástico acompañado de represión pura y dura.
El terror nos llegó de prisa, ensañado, violento, no teníamos alternativas ni
espacio para pensar, nos dejábamos llevar por la corriente del huir, del
escondernos como si fuéramos criminales de guerra. Todas esas huellas quedaron
estampadas en la psiquis, a veces regresan mientras dormimos o confrontamos las
memorias con algún amigo.
Hoy por hoy pocos hablan de ello,
solo se mencionan el Combinado del Este, La Cabaña, la UMAP, el Mariel, lo que
vino después, pero casi nunca los horrores y abusos que se cometieron en el
diario existir de esos primeros tiempos revolucionarios.
Una conocida nuestra de la adolescencia vino este domingo a casa de
visita y estuvimos hablando de esa época, de todos los episodios que nos
ocurrieron entre los años sesentas y setentas, creo que es necesario
recordarlos y difundirlos, es un pasado cruel y existió, por tanto no se puede enterrar como
a un simple muerto sin historia. Ella nos habló de la granja de
rehabilitación Sofiel Riverón, en donde estuvo presa por 13 meses. Fue condenada sin juicio, sencillamente recibió
una carta del Consejo Superior de Defensa
Social donde se le comunicaba la sentencia “hasta su completa reeducación”. La
encerraron en el Vivac de Guanabacoa en donde tenían a las presas hacinadas en
celdas en las que habían filas de literas hasta de cuatro pisos o niveles,
existía una galera solo para presas políticas, y la más amplia era para las llamadas
presas comunes entre las que se encontraban decenas de jóvenes vistas como
conflictivas por su orientación sexual, “desviación ideológica” o alternar con
extranjeros.
Sofiel
Riverón era un centro de tortura mental y física y
adoctrinamiento político, los registros a las presas eran cotidianos y se les
obligaba a desnudarse en los pasillos, se les prohibía tener el pelo corto. Fue
tanta su fama siniestra que tuvieron que cerrarla en el año 1969 después de
varios escándalos de corrupción. Allí las presas eran destinadas al trabajo
forzado en granjas avícolas, al Cordón de La Habana para la recogida de
gandules verdes y café o llenar bolsas de tierra con abono. Al cerrar este
centro fueron trasladadas a Nuevo
Amanecer, otro de los tantos experimentos vejatorios de control y martirio.
Allí se desempeñaban como costureras en los talleres donde se confeccionaban
los uniformes para los presos. A los menores de edad procesados por los mismos delitos se les sentenciaba a
prisión domiciliaria sin derecho a asistir a la escuela, como fue en mi caso,
pero esa es ya otra historia que cuento en mi libro “Las siestas de Scherezada”.
Rogelio, nadie supo de ti ni de mí, de
ninguno de nosotros, solo se escuchaba el clamor de esa ideología maldita
cruzando las fronteras y expandiéndose como una epidemia. Los domingos frente a
tu miedo me hicieron identificar mi propio miedo, por desdicha no pudimos evitar morir
un poco cada día.
C. K. Aldrey
10-15-2013
Foto: Celda del Castillo del Morro,
Internet Archives
Recuerdo "Nuevo Amanecer" cuando iba semanalmente a visitar a mi hija de apenas 21 años de edad, el proceso de revisión allí era denigrante. Un día llegué y una de las presas políticas, porque allí también había presas comunes que aunque separadas, a las horas de las comidas las unían y en donde estaba mi hija, con las políticas, una presa había muerto, no supe nunca bien la historia, pero eso impactó mucho a las que estaban allí.
ReplyDeleteGladys, muchísimas gracias por comentar. Ciertamente, los asesinatos en las cárceles cubanas son muy comunes, sé que "Nuevo Amanecer" era un infierno, las que por allí pasaron y tuvieron la suerte de salir siguen viviendo la pesadilla, a pesar de los años y la libertad. Terrible!
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