Ayer me dije que
a lo mejor necesitaría superar en algo la fobia social, cada día me gusta menos
lo que siento y veo en el exterior de los metros cuadrados donde vivo: tráfico
violento e irrespetuoso, gente desquiciada, groserías, injusticias, agresiones,
vandalismo, maltrato a los animales, ruido, mucho ruido… y no, no soy
fatalista, ni estoy enferma (todavía), sencillamente me he salido de un rebaño
que responde por inercia a los estímulos, que ha perdido el rumbo, la
compasión, la inteligencia, que se deja manipular y está cada vez más orientado
al egoísmo y a los intereses estrictamente personales. Podría seguir sumada a
él, al rebaño infeliz, reír y disimular, dar palmaditas en todos los hombros
que tropiecen conmigo, aceptar los traspiés accidentales e intencionales y
perdonarlos, pero no, llega el momento en la vida de una persona en que la
energía se atrinchera, busca su centro y hace todo lo posible por emplear los
colores que le quedan para crear un espacio de paz en comunión con las fuerzas
del Universo.
Y sí, ayer me lo
dije, cuando tuve la necesidad de saltar la cerca de mi encierro para resolver
necesidades cotidianas. Por razones inesperadas me vi en el Downtown, caminando por esas callecitas
que precisamente por no hacerlo con frecuencia, me abofetearon con sus cambios
dramáticos de crisis global. Mendicidad, alcoholismo, locura, suciedad, drogadicción, decadencia,
negocios cerrados, toda una gama de “sustos” clavados en mi estómago,
lacerantes y dolorosos. Me preguntaba… ¿están en estas condiciones todas las
ciudades del mundo? Sin duda alguna. ¿Qué está sucediendo en las congregaciones humanas? ¿Por
qué tanta alienación, tanto desequilibrio?
Una señora anglosajona que caminaba
a mi lado me preguntó en dónde estaba la parada de la ruta 8, le expliqué,
casualmente yo iba hacia la misma dirección y le dije que me siguiera, por todo
el camino la señora en cuestión me venía ametrallando con sus miedos, “cuidado,
esta zona está llena de delincuentes”, “hay muchos locos agresivos”, “no quiero
tomar el tren, me da pánico” (increíblemente premonitorio, porque horas después
alguien fue aplastado accidentalmente por ese mismo metro rail, cosa que por
supuesto no es usual). Cuando llegamos a la parada ya yo estaba a punto de
mandarla a callar de lo trastornada que me tenía, se sumaba a ello la peste a
orine tan fuerte que había en la parada y los insultos de un individuo que a
todo grito pregonaba lo hijoeputa que
éramos todos por no darle dinero pa’comer,
o sea, para drogarse, estaba en unas condiciones tan paupérrimas que aunque no
hubiese hablado ni una palabra, hubiera sido igualmente sobrecogedor. A todas
estas, otro individuo también super colgado, mezcla de homosexual amanerado y
granuja, se hacía eco del primero y se unía al mitin de repudio añadiendo una
colección impresionante de malas palabras en varios idiomas, sobre todo en
francés, y que si éramos unos tacaños, que si nos creíamos mejor que nadie, hasta
que se aburrió de incriminarnos y empezó a bailar ballet en el medio de la
calle y por supuesto, a interrumpir el tráfico, algo que también fue enajenante
pues los choferes no cesaban de tocar el claxon y de asomar las cabezas con las
bocas llenas de improperios, y el hombre inclinándose reverencialmente como si
estuviera agradeciendo los aplausos desde un escenario. Totalmente surrealista,
avasallador, dantesco, parecía una de esas películas comerciales de Ciencia
Ficción donde aparece la humanidad infestada por un virus y salen bandadas de zombies agrediendo a los infelices
sobrevivientes.
El caso es, como
siempre digo para culminar o conectar una historia, que percibo muchos fallos
en las administraciones, por ejemplo, existe en USA una ley que proclama los
derechos de un individuo a no ser internado en programas de rehabilitación si así
lo desea, pero esto me parece muy cómodo por parte de los gobiernos -por decirlo
de alguna manera- un lavarse las manos, porque es inconcebible que a una
persona fuera de sus cabales o adicta a las drogas que está tirada por las
calles, se le pueda tomar en cuenta su
derecho a negarse, es decir -y humanamente hablando- esas personas
necesitan ayuda, no pueden pensar, están inmersos en un estado de completa
marginación mental y espiritual, son personas derrotadas, personas con
problemas que urgen de un cuidado profesional y por tanto, se hace mandatorio
que sean atendidas en hospitales y centros de rehabilitación… ¿o estoy
equivocada? ¿En qué parte del mundo se encuentra enterrada la compasión y la
responsabilidad social?
Termino como
empecé. Ayer me dije que a lo mejor
necesitaría superar en algo la fobia social, cada día me gusta menos lo que
siento y veo en el exterior de los metros cuadrados donde vivo: tráfico
violento e irrespetuoso, gente desquiciada, groserías, injusticias, agresiones, vandalismo,
maltrato a los animales, ruido, mucho ruido, de modo que procuraré, entre
otras cosas, hacer meditación antes de enfilar la nariz hacia la calle, lo que
hay allá fuera es tan impredecible como un terremoto.
C. K. Aldrey
02-06-2014
Foto: C. K. Aldrey
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