Siempre he soñado con las naves espaciales, no se si por una disposición natural hacia los posibles imposibles o por simples inclinaciones científicas. Cuando era adolescente, en la Cuba lejana, mi deseo era estudiar Astronomía y en todo caso Ciencias Veterinarias. Desgraciadamente el gobierno cubano tenía otros planes para mí: marginación, persecución, ostracismo, prisión domiciliaria, expulsión, juicios populares, asedio. Tal parecía que el destino triste de mi padre, en esa época prisionero político en las mazmorras de la cárcel de Puerto Boniato, era hereditario, algo así como el genoma, y me tocó a mí, la hija rebelde que desde el mismo año 1959 no permitió que le impusieran normas de irracionales ideologías.
A veces he pensado que tú, Mundo, naciste de una madre que sufrió mucho al parir. Cuando apareciste, todo cubierto por las emanaciones de las ciénagas y los volcanes, sin saberlo estabas escribiendo tu destino. Los primeros seres vivos se acostumbraron a caminar entre la niebla, tu cielo era imposible de advertir, el humo y el fuego te hicieron impaciente, y descubriste que el tiempo no es más que una noria de hierro fundido dando vueltas, regresando, encontrándose con las implacables montañas de tu crecimiento. Pero llegaste a ser hermoso, y aquellos que no vieron la luz de pronto abrieron los ojos, resucitaron, y se sintieron amados por esa increíble capacidad que tienes para renovar tu sangre.
A veces, Mundo, siento que cuando te concibieron tus progenitores olvidaron balancear la creación, tu desarrollo interior quizás no contaba con esos otros mundos que fueron invadiendo tu cuerpo y que luego fueron hombres, lanza en mano en la lucha por la subsistencia. Hay quienes dicen que tu muerte sólo es posible si ellos existen, no se, mi optimismo algunas veces también me ha dicho que si pudiste expulsar de tus entrañas los ríos y los mares, las flores y los pájaros, la brisa fresca y la hierba, los ciervos y los delfines, esos mundos humanos que hoy te condenan a muerte tienen por fuerza que ser también hermosos. Quizás Mundo, sólo estén enfermos de una gripe pasajera que nubla el entendimiento, de hecho no todos los hombres están contaminados, hay otros que se han formado en el suave algodón de la concordia, y otros que caminan sobre tus piedras cantándole al amor.
Querido Mundo, siglos de existencia han dejado grabado el testimonio de tu vida, aunque existan los que se empeñan en regresarte a esos primeros tiempos de las brumas, o a otros más oscuros, donde tus intentos de supervivencia se pierden entre amasijos de redes aceitosas y las nubes grises que cubren las ciudades. Quizás, Mundo, mi sueño de naves espaciales viajando por el ancho e intrigante Universo, se deba después de todo a esa negación de imaginarte cada vez más inaccesible.
Texto y arte digital:
Carmen Karin Aldrey
(Perteneciente a mi poemario "Aceite",
publicado por Editorial Linden Lane Press, 2011)
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