Decía Ernestina Grimardi, mi compañera de la
Biblioteca Nacional de La Habana con la que hablaba muchísimo y nos íbamos
juntas a almorzar al comedor obrero que estaba en Comunicaciones, que si no
existían las contradicciones tampoco las soluciones. Ella había estudiado
Filosofía en la Universidad de Lomonosov, Rusia (cuando aquello perteneciente a
la Unión Soviética), y se regía por ciertos parámetros, amaba a Rusia y sentía
aversión hacia la llamada Revolución Cubana, la consideraba mal aspectada, ficticia,
inexperta, ilusionista, burocrática, escandalosa, disfuncional, desastrosa, en
fin, tenía una lista larguísima de defectos sobre esta “revolución” que en
aquella época tantos aplaudían, su comunismo era visceralmente marxista-leninista-soviético,
para ella todo era perfecto en Rusia, hasta la nieve, y siempre andaba de mal
talante. Según su tabla dialéctica, aprendida bajo la influencia del recio claustro
komsomol, la cosa iba de esta manera: contradicciones, agudización de los
problemas, caos y finalmente el advenimiento de las soluciones. Yo estaba de
acuerdo, me parecía muy interesante, pero yo creía que lo que se le escapaba a
Ernestina en este entramado filosófico, era el terreno en donde actuaba el
proceso, pienso que en una democracia es real pero imposible en dictaduras,
donde el autoritarismo impide cualquier iniciativa de libre consenso y las “soluciones”
son a largo plazo, impracticables o impuestas a la fuerza, y nunca se toma en
cuenta la participación colectiva directa ni existen mecanismos para ello, como
por ejemplo, un sistema de voto popular para que apruebe o no las propuestas a
esas soluciones (real, no inflado ni
manipulado), de antemano estudiadas por los expertos en coordinación con
los gobiernos (y cuando digo “expertos” pues eso, expertos, profesionales, no
improvisados), y abiertas al público para su conocimiento y participación. Y
bueno, esa fue una de las fajetas, se negaba a reconocerlo, su fe en el
marxismo-leninismo era tan altruista y romántica, que estaba convencida alguna
vez existiría para felicidad del Universo, real o imaginado. Así eran nuestros
intercambios, respetábamos nuestras ideas incluso cuando la pasión se apoderaba
del ring.
Sentía afecto y admiración por Ernestina (En Paz Descanse +) a
pesar de las dos o tres fajetas que tuvimos, nos aceptábamos por lo que éramos,
no pretendía cambiarme ni que pensara como ella, su honestidad era hasta cruel
algunas veces, me guió en mis lecturas y creo haberme leído todas las obras de
los grandes escritores rusos gracias a ella, su cultura era impresionante y
también su mal genio (estaba fajada con media biblioteca) pero reíamos,
discutíamos, hablábamos de nuestros-as amantes, las diferencias ideológicas nunca
nos separaron. Jamás se me olvida su contesta cuando le dije que me iba de
Cuba, “se van todos, aquí nada va a cambiar, al contrario, se va a poner peor”,
entonces me dio un abrazo enérgico deseándome buena suerte.
Hoy me he levantado recordándola, con su
carácter apasionado que la hacía tartamudear cuando intentaba imponer sus
criterios, con su mirada de erudición cuando explicaba algún tema o hablaba
profundamente sobre un libro o un autor, con sus críticas mordaces hacia las
cosas tan mal hechas en ese país donde habíamos nacido, crecido, amado, renunciado
a aceptar cada cual a su manera, y al final, una quedándose allí con sus
frustraciones y amarguras, otra largándose con sus sueños de aventuras en
libertad.
Я всегда помню тебя, Эрнестина, gracias a
Google te lo puedo decir en ruso.
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