Un gato negro
muy flaco. Está enfermo, viejo y cansado, pero todavía se yergue entre la hierba,
huele la brisa y reconoce el terreno por donde camina. Viene todos los días a
recibir su ración de alivio en donde otros gatos le abren paso con respeto, tal
pareciera que le dijeran “tú primero, que no estás bien”, incluso el gato alfa,
el negro con la cara jaspeada de blanco, que se adueña del trono y espanta a los
otros dejando saber claramente que él es el primero en degustar las ofrendas,
lo invita en silencio a comer a su lado.
Los más pequeños
también gozan de ciertos privilegios, no son ahuyentados por gruñidos
inmisericordes, llegan maullando escandalosamente y demandando atención, por ahora son
los únicos que se dejan acariciar.
Todos los días
aprendo algo nuevo de ellos, me dan lecciones de vida. Poco a poco nos vamos
integrando a esa especie de sociedad secreta que hemos formado por cosas del
azar en el traspatio. Son gatos salvajes, rebeldes, subsisten gracias al
instinto de conservación, se han convertido en guerreros del tiempo y el paisaje
y como tales agradecen las bondades del camino.
Entre otras
cosas me asombra el ciclo de estabilidad del ritual, los gatos comen, lo que
sobra los pájaros y las ardillas se lo reparten, luego llega el mapache al
anochecer y vacía los cacharros. Los mangos y los aguacates ya están
desapareciendo, llegó el otoño y el invierno asomará su rostro después, el pelo
brilloso y suave de los trepadores está en riesgo de convertirse en espigas
secas, pero he pensado que quizás gusten de las manzanas o zanahorias, hoy he
comprado algunas para ir tanteando su paladar.
En la hojarasca los
gatos han hecho nidos para el descanso, a veces siento en la noche los
maullidos de batalla, se disputan las hembras, algún ratón o sencillamente la
demarcación, traen con ellos la costumbre de territorialidad muy arraigada y sienten
que esa es una de sus armas más efectivas. Ahora tienen un hogar bajo los
árboles o debajo del piso donde existe una especie de sótano, los he visto
observándose minuciosamente, hablándose con el pensamiento, alguna que otra vez
son invitados por los mapaches a jugar en los techos. He intentado nombrarlos
pero me resulta muy difícil recordar los nombres, prefiero verlos como una comunidad
perfectamente estructurada, con sus jerarquías naturales, y hacer como ellos,
identificarlos por el olor y los colores.
Dejo la persiana
abierta en las noches, sé que gustan de la luz de mi cuarto y les hace
compañía, sus sombras pasean por los pasillos, trepan por los troncos, brincan
las cercas, estoy familiarizada con sus mensajes que en el silencio son
reconocibles. Me pregunto si sabrán todo esto. Dice Tamara que un día me verá
como esa foto de Blanca Nieves en el bosque, rodeada por una fauna cada vez más
numerosa. Me sonrío porque he llegado a imaginarme sentada en el suelo
intercambiando con ellos los estados anímicos, las muestras de afecto. Todos
nos iremos algún día, mientras tanto hacemos lo posible por convivir en paz,
entregarnos al universo que conocemos y compartimos como buenos vecinos.
C. K. Aldrey
10-03-2013
No comments:
Post a Comment