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Qué es la felicidad?



Vamos a estar claros, sin la infelicidad ya nos hubiéramos extinguido. La inconformidad, los celos, la envidia, la tristeza, la rivalidad, todo está perfectamente ordenado en esa telaraña que es el cerebro humano para que reaccione ante los estímulos –positivos o negativos- y se mueva el círculo de la vida. Nada es estático, todo se encuentra encadenado al movimiento, que es lo que nos hace tomar una determinada dirección a cada paso que damos, y todo está supeditado a lo mismo: subsistir. Sin esos mecanismos algunas veces lacerantes, seríamos simples esculturas de arcilla, de mármol o hierro, materia inanimada.

Ahora bien, ¿entonces por qué idealizamos la felicidad? ¿Por qué nos empeñamos en buscarla en su expresión más pura? Siempre he dicho que es un instante, uno de los tantos estados fugaces de las emociones cuando algo nos produce satisfacción. Todas estas cosas se aprenden sobre todo al envejecer, te miras por dentro y empiezas a reconocerte como lo que en realidad siempre has sido, una entidad capaz de almacenar el increíble torbellino de la existencia con sus códigos variables y persistentes. Para Aristóteles la felicidad significaba el bien supremo, y según Nietzsche, no fuimos creados para ser felices sino para sufrir, aunque claro, en ese debate de siglos donde unos abogan por una cosa y otros por otras, puedo percibir que sustancialmente nunca hemos dado en el clavo o acertado del todo, sin embargo pienso que es mucho más simple que toda esa maraña de conceptos rebuscados.

Pienso que tenemos una estructura maleable y eso nos mantiene funcionando, tenemos hambre o sed –que es lo más primitivo de las sensaciones- y estamos forzados a buscar agua o comida, lo que implica trabajar, esforzarnos al máximo para conseguirlo, fortalecer la voluntad. Mientras estamos en el proceso de búsqueda atravesamos etapas de disgusto, cansancio, agotamiento, frustraciones, pero cuando el plato de comida lo tenemos delante, se dispara el placer, o sea, nos toca uno de los instantes de felicidad más comunes, sin ese instante “terapéutico” nos hubiéramos muerto hace tiempo o el incremento de locura estuviera en su máximo conteo.

En una de esas tardes en las que voy a la bodeguita, se me ocurrió traer a colación el tema de la felicidad. Normalmente me siento a tomar un café tranquilamente –allí existe un mostrador con banquetas tipo cafetería- mientras converso con cuanto paseante asoma la nariz. Lo cierto es que el ambiente crea por sí solo las condiciones para que estos encuentros se proporcionen espontáneamente, todo el que llega trae una historia, un comentario a debatir, opiniones a veces descabelladas y otras juiciosas, risas, bromas, es decir, los intercambios se producen en un contexto realmente interesante y relajado. 

El caso es que al preguntarle a la chica de la cafetería qué era para ella la felicidad –hay que tener en cuenta que estaba trabajando, no comiendo bolitas de chivo como yo- se me quedó mirando mientras colaba el café y me dijo después de un ratico: “La felicidad no existe, aunque para mí la felicidad es ver crecer a mi hijo sano y salvo”.  En el ínterin,  un señor que estaba comprando tickets de lotería gritó desde la registradora: “Oye, para mí la felicidad sería ganarme la lotería, compadre, te imaginas las de cosas que podría hacer, me compraría hasta una isla.” Entonces el tema empezó a trascender, alguien dijo que la felicidad era que se acabara el comunismo en Cuba, otra persona que sus padres vinieran de Cuba a vivir con ella, otro encontrar un trabajo decente, una señora muy viejita que caminaba apoyada a un bastón dijo que “ser joven otra vez”, el carnicero, desde la parte de atrás del mostrador de la carnicería, sacó una ristra de costillas de cerdo en alto y con una carcajada de oreja a oreja dijo que “esto es la felicidad, costillas de cerdo al BBQ en el patio todos los domingos con la familia, claro, con unas cervecitas”, otro que acabaran de aprobar la Ley Migratoria, y un viejo mala leche que buscaba no sé qué en las estanterías dijo “mira que comen cascaritas de piña, se sabe que unos nacen para ser felices y otros no”. O sea, el concepto de “felicidad” va en concordancia con los intereses de las personas, sus condiciones vivenciales, sus estados anímicos, sus preocupaciones y prioridades.

Y para mí es eso, un instante, que puede ser con un libro en la mano, un brazo gitano de guayaba sobre la mesa, un orgasmo fortuito, ver a los gatos saciar el hambre que arrastran de los callejones, abrazar a mis perros, sentir la paz de los días y mirar el cielo al atardecer, observar cómo crecen las plantas, ver a Tamara levitar por los espacios silenciosos de la casa y a Mayito contando sus historias cotidianas, escribir lo que me da la gana, pintar, recibir a un amigo que enciende la noche. Eso, un instante, siempre fugaz y estimulante, el espacio de luz que precede y prosigue a las sombras.


C. K. Aldrey

10-13-2013
Ilustración: Zen Workplace     

2 comments:

  1. Anonymous6/21/2017

    Como me gusta tu manera de expresarte. Escribes muy bien. Cuando te leo me siento dentro de ti. Sol

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  2. Perdona por no haberte contestado este comentario pero no lo había visto. Muchísimas gracias!

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