Empieza
en escala ascendente pero despacio, va soltando resuellos rítmicamente, cuando llega
al punto más intenso de temperatura los elementos se acotejan para irse
ablandando de acuerdo al proceso estudiado de las etapas. Ahora bien, cuando
algo falla, cuando se dispara la velocidad y el vapor sale como géiser
incontenible hacia el techo, las paredes, el suelo, con sus escupitajos hirvientes
que salpican sin piedad y queman, no hay
nada que hacer… o sí, existen tres cosas:
1-
Te pilla un susto de muerte y te da un infarto porque se te ha paralizado la
respiración.
2-
Te quedas petrificada, como le pasó a mi
padre cuando un rayo cayó en una mata de coco que estaba a solo unos pasos de
donde él se encontraba, y no haces nada, absolutamente nada, como si hubieras
dejado de existir.
2- Si eres arriesgada te enfrentas al monstruo,
levantas la espada, lo embistes y haces lo posible por vencerlo; o tú o él, esa
es la ley de supervivencia.
Esto
último fue lo que yo hice, aunque en un inicio sentí un poco de todo y
sobrevolé por los puntos uno y dos antes de reaccionar. Me hizo recordar una
noche en que mi amiga Amelia y yo íbamos caminando por la Calle 23 del Vedado y
un tipo que pasaba le dio una nalgada, con la misma mi amiga se viró como un
resorte, se quitó uno de los zapatos de tacones que llevaba puestos y empezó a
entrarle a taconazos al hombre, que huyó calle abajo gritando obscenidades. Todo
sucedió tan rápido que cuando vine a darme cuenta ya el hombre se encontraba a
media cuadra de nosotras.
Es
increíble cómo las situaciones vivenciales están relacionadas entre sí y
funcionan armónicamente en todos los aspectos de la vida, del mismo modo que
traen consigo moralejas e imparten lecciones que a veces se aprenden a través
de los caminos más escabrosos tipo educación medieval, con la varilla
inmisericorde. Observando desde afuera este incidente de la olla, analizándolo
fríamente, me pregunté qué hubiera sucedido si el aparato estalla mientras
intentaba apagar la estufa (no se alegren, diablillos, le pasa a cualquiera),
por supuesto que nada que me hubiera gustado, quemaduras, desfiguración del
rostro, dolor, hospitales, es decir, una cadena de fatalidades causadas por un
incidente aislado y súbito. Pero… ¿no es el riesgo lo que también nos hace más
emprendedores, más consistentes, lo que nos hace superar el “imposible”
cotidiano? De la misma manera funcionan las ideas, pasan por el mismo proceso
de calentamiento, ebullición y finalmente salen a la luz si tienes las
condiciones necesarias para realizarlas –entre ellas la que yo denomino
“voluntad reforzada”, que no es más que un empeño sostenido con tenacidad-,
sobre todo aquellas que nos enamoran y seducen, las que hacen de los sueños un
campo fértil de posibles acciones positivas (de las negativas no hablo, que
sean otros). Si el miedo nos manda a la
retaguardia estamos fritos y achicharrados, no debemos permitir que se adueñe
de nuestra psiquis a no ser que sea útil (por ejemplo, huir o escondernos si se
forma un tiroteo en un mall), de ahí que existan a través de la literatura idealizaciones
heroicas como Harry Potter o Wonder Woman, porque en el fondo todos quisiéramos
ser arrojados o creativos ante el peligro, manifestar el héroe que llevamos
dentro (algo que logramos algunas veces), y quizás en eso reside el éxito
comercial de estos iconos de la valentía, explotar las ansias de protagonizar y
aplaudirnos. Claro, es muy difícil superar el miedo visceral, a mí el vértigo
me domina cuando me paro al lado de una ventana en un edificio alto, es uno mis
terrores incontrolables, y a pesar que he trabajado arduamente para eliminarlo de
todas las formas posibles, incluso tirándome con un instructor en paracaídas, nunca
lo he logrado, de modo que desistí de intentarlo y a partir de ahí dejó de ser ¿miedo?
para convertirse en “algo que me dejó de interesar”, que no es otra cosa que
poner a funcionar el mecanismo de defensa ante lo que me puede lacerar.
En
un documental hermosísimo que mis amigos Joaquín y Chely compartieron en
Facebook (Eu Maior | Higher Self), Monje Coen hablaba de integración humana, es
muy interesante porque me lo he preguntado en otras ocasiones y he llegado a
pensar –como seguramente otros ya lo habrán hecho- que estamos conectados, no
integrados, al menos en lo que se refiere a la totalidad del colectivo
terrestre, la feroz individualidad sigue siendo el límite para lograr destensar
las cuerdas de la telaraña de la que formamos parte. Integración para mí significa
que A + B = AB, es decir, se pertenecen
unos a otros por convicción, no por un frío cálculo matemático. El conglomerado
humano no ha llegado todavía a ese estado de conciencia colectiva, donde se
entienda que la necesidad de integración es la única manera de transformar el
mundo, y aunque se escuche idílico, sé positivamente que algún día será posible,
lo dicen las grandes obras que se han creado a través de la Historia y los individuos
que se hacen eco de proyectos sociales para ayudar a los demás, lo dice la
creación humana en todas sus disciplinas. Aunque parezca especulativo (y quizás
lo sea, pero es lo que yo pienso) estoy convencida que el miedo es una de las
cuestiones que impiden esa integración, y de la misma manera que existe, en un
determinado punto histórico la humanidad empezará a ver, a escuchar, y superar
todos los abismos que nos separan, como el miedo, ese que en la ignorancia
crece y se multiplica como una pandemia y que es motivo de discordias
insalvables.
La
mente humana es increíblemente poderosa… ¿cómo se fue fortaleciendo durante
nuestras vidas para que al final resultara un aula llena de iniciativas,
valentía, páginas que se fueron escribiendo con sangre, sudor y lágrimas? Siempre lo he dicho, me asombra lo dura
que es la vida y la inteligencia intuitiva que tenemos para sobrevivir en las
condiciones más adversas. Somos seres sagrados, las arterias de ese Dios que
sin nosotros no tiene sentido que exista y viceversa, nuestro organismo fue
concebido para imponernos y adaptarnos al medio más hostil, pertenecemos al
circuito armónico del Universo... y hay que comprenderlo, recordarlo cuando
suceden acontecimientos que nos ponen de frente ante los puños del azar, como
el que me acaba de pasar con la olla de presión, que no llegó a explotar pero
me hizo valorar la vida un poco más que ayer, estar consciente que somos más
que simples criaturas enfocadas en las carencias y poco agradecidas por lo
mucho que recibimos cada día en esta inmensa llanura de la existencia.
C.
K. Aldrey
Foto:
C. K. Aldrey
©
2013
No comments:
Post a Comment