“Y tú, que estás ahí muriéndote frente
al espejo,
Que tienes cara de haber vivido mucho,
Con tantos amantes y madrugadas
En vela, desnudándote por dentro, dando
y recibiendo amor
Sin cansarte, y el frío consumiéndote, y
a veces el hambre,
La soledad de soledades, extrañando a la
madre
Que te abandonó para hacer lo mismo que
tú,
Ir detrás de una ilusión que nunca
llegaba,
un beso atrapado en colchones viejos.”
-Iván Cordovés (Cienfuegos, Cuba, 1950- California, USA, 1983)-
Ya no tiene fuerzas mi alma y por eso te
escribo, querida,
Apago la luz del techo y sólo queda
aquella
De tus palabras en el hospital de pobres,
donde van a morir
Los que se han pasado la vida huyendo de
sí mismos.
La enfermera me dijo hoy que sueño con
monstruos,
Me tocó la cabeza para despertarme y yo
creía
Que era la “femme fatale” que asusta a
los incrédulos,
Su boca sonreía pero he aprendido a
descubrir las muecas,
Ya nadie me toca con amor, solamente tú, que lloras
Por los pasillos y me maldices por
haberte decepcionado.
Frente al espejo me digo que he vivido
demasiado rápido,
A lo mejor quería olvidar los machetazos
de mi padrastro
Que me dejaron el cráneo lleno de
cicatrices,
La tristeza de esa mujer que sin ser mi
madre lo fue
A manos llenas, olvidar las calles de
Cienfuegos
Y sus faroles nostálgicos, aquellas
noches divinas
En el Jagua, rodeado de amigos que se fueron
perdiendo
En sueños que nunca realizarían.
El tiempo pasó y salimos al mundo que
nos esperaba, pero
Todos nos estamos muriendo, querida, la
esperanza
Es un arrecife negro, un trillo sin
regreso que cruza el bosque
Donde supimos lo que era el amor, el
dolor de la carne.
Ese bosque es la Muerte, es ella que
llega endulzando
El corazón para que el miedo desaparezca,
para que todo vuele
Con alas diáfanas y se nos perdonen
todos los pecados,
Los dulces pecados que no cesan de
hervir en la sangre.
Quisiera creer en Dios, pero estoy
indefenso, débil y tranquilo,
No me quedan aspiraciones ni ideas
brillantes,
Soy un cuerpo sin fuerza motriz, un
despojo olvidado,
De mí se desprenden las últimas
vibraciones, espantadas
Por el color amarillo de la piel y la
vaciedad de los pulmones.
Tú tienes la primera palabra cuando me
vaya,
Eres la única voz que pronunciará mi
nombre,
La única mano que esparcirá mis cenizas
al viento de octubre,
La única que me recordará en esas tardes
veraniegas
De Venice Beach y Santa Monica Boulevad,
La única. Los demás murieron o agonizan
como yo
En camas vencidas, atados a una soledad
que nadie reconforta,
Viejos antes de tiempo, exhaustos,
cubiertos por una nube espesa
Que ninguna mirada puede atravesar.
Eternamente tu amigo,
Iván
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