Tan folklórica
como el interior de un autobús es la parada, y si el horario es irregular, como
muchas veces sucede, más todavía pues se va llenando de individuos que el calor
y la demora van descomponiendo, de modo que es la antesala de los disgustos recogidos
cada dos o tres cuadras. Cuando por fin llega el autobús, o llega uno detrás
del otro, los que van subiendo llevan reflejadas en el rostro dos expresiones
muy distintivas: asfixia de verano y un rencor ancestral hacia el chofer. Si
bien es perfectamente comprensible, no deja de ser irracional, primero porque
el chofer –algunas veces también con el mal carácter del que tiene que soportar
injurias sin merecerlo- está sujeto a las posibilidades existentes, es decir,
las consecuencias del recorte al servicio del transporte público, y en segundo
lugar, en ciudades quasi provincianas como Miami este servicio es bastante limitado,
no digo que “deficiente” porque sería ir a los extremos puesto que de todas
maneras funciona dentro de su esquema paradójico.
Volviendo a la
parada, nos encontramos con un señor muy enojado porque las palomas le cagaron
la camisa, a una viejita que me mira de reojo y cuchichea con la que está a su
lado porque en un día de elecciones, se enteró que yo estaba votando por el
Partido Demócrata -al parecer cada vez
que me ve se acuerda del comunista de
Obama-, un jovencillo escuchando el reproductor de mp3 con los audífonos
puestos y el volumen a todo dar, dos chicas con dedos veloces repasando el
teclado de los celulares y riéndose a carcajadas de un bobo de la escuela que enamora a una de ellas en Facebook, gentes con
sus carritos de compras, sillas de ruedas, bicicletas que serán transportadas
en el frente por la parte de afuera, etc. Si por casualidad está lloviendo y no
hay un techito donde cobijarse, el desmadre de paraguas y sombrillas suele ser
peligroso, tienes que estar evadiendo las varillas para que no te saquen un
ojo, si hay viento, la acción colectiva del maniobrar contra las ráfagas es
como una ola de fanáticos en un stadium, y si relampaguea, entonces ya es el
súmmum de todas las desgracias, porque los pájaros de mal agüero comienzan a
contar historias espeluznantes de todos y cada uno de los seres que han sido
partidos por un rayo en el Sur de la Florida y en los campos de la lejana Cuba.
Las
conversaciones más disparatadas que he escuchado en mi vida han sido en una
parada de autobús, ahí están bullentes esas características humanas de la imaginería
y la especulación como en ninguna otra parte. En paradas llenas de personajes neuróticos,
estrafalarios o sencillamente curiosos, “me he enterado” que a Abraham Lincoln
lo asesinaron con un garrote, que Franco comía chiclets, que Hitler era flojo de piernas y en la intimidad se
vestía con la ropa de su mujer, que Fidel estaba embalsamado en una de las
catacumbas de la raspadura y fulano que
es mi amigo y fue su enfermero me lo contó, que todos los teléfonos en
Estados Unidos son espiados por el gobierno (los fijos y los celulares) y que
por eso no hay dinero para el Social Security porque se lo gastan en esa mierda, que acuérdense lo que les digo los alemanes están esperando pacientemente
para atacar de nuevo al resto del mundo, que los chinos no son chinos sino negros que se fueron destiñendo cuando
cruzaron el océano hacia China, fíjate
en los filipinos pa’ que veas son mita y mita, que La Pequeña Habana va a
ser completamente demolida dentro de poco para fabricar condominios, en fin,
que son tantas las barbaridades dichas con convicción, tantos los rumores insólitos
que se convierten en leyendas urbanas, que llegas a pensar cuánto de cierto
habrá en otras historias populares trasmitidas a través de los siglos de boca
en boca, aunque gracias a la existencia del buen historiador, hoy sabemos que
todas o casi todas, solo fueron los inicios del arte de narrar, y que por ellas
entre otras cosas redichas, empezó el hombre a desarrollar su innegable talento
para escribir ficción… aunque para ello haya tenido que exagerar, mentir sin
saber que lo hacía (o sabiéndolo) y transformar la realidad en que vivía.
Pero una parada
tiene otras connotaciones, otros rostros, puede estar completamente vacía y
hacerte sentir vulnerable, ser triste si ves a un desamparado acostado en uno
de los bancos, o a una viejita de bastón que no puede ni con su alma pero como
tiene que hacer mandados no le queda más remedio que salir a la calle, incluso
puede ser una peligrosa aventura si es al amanecer o al anochecer, cuando
ciertos pillos se dedican a asaltar a los infelices que no tienen otra opción
de transporte para ir al trabajo, como sucedió en la 7 Street y la 10 Avenue
hace unos meses atrás cuando unos gangueros en bicicleta, tirotearon a un señor
para asaltarlo y lo dejaron desangrándose en plena calle.
Entre la lista
de inconvenientes de una parada, especialmente si está muy pegada al borde de
la calle, se pueden encontrar los accidentes causales o los provocados por la
negligencia, el alcohol y la alta velocidad de los coches, se han reportado
incidentes donde un auto o una moto se han proyectado contra una parada, por
eso es aconsejable tomar precauciones y si se observan velocidades fuera de lo
permitido en la circulación, apartarse prudentemente del posible ángulo de
impacto, aunque claro, lo que está pa’ ti
nadie te lo quita, filosofía popular de la resignación que muchas veces da en el clavo.
Una parada de
autobús es parte del corazón de una ciudad, se hacen amigos (y enemigos sin
comerla ni beberla), se aprenden lecciones, llegan al convite de la espera
cientos de personas cada día con sus dramas a cuestas, sus sueños, sus
preocupaciones, sus alegrías y tristezas, muchos nunca lo sabrán porque las
dificultades de la vida, las prisas cotidianas, les impide desarrollar el poder
de observación que tantas cosas interesantes aporta, pero otros irán acumulando
en el subconsciente datos valiosos sobre quiénes somos en realidad, a dónde vamos
y qué sentimos, por qué actuamos de una manera o de otra, qué significan los
gestos, las expresiones, ciertas maneras de hablar, qué dicen los ojos cuando
llueve, truena, hierve el sol sobre el pavimento y el autobús se demora en
aparecer. Sin quererlo ni proponérnoslo, en cada parada a la que vamos se queda
parte de nuestras vidas, y al subir al autobús nos llevamos las de otros en la
memoria de diferentes maneras o como simples metáforas del existir.
C.
K. Aldrey
Foto:
c.k.a.
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